A pesar de que Kichiro nació en una colonia callejera faltándole la mitad de una de sus patitas traseras, él nunca se sintió menos capaz que sus hermanos y, con muchas ganas y esfuerzo, aprendió a correr, trepar y saltar alto. Quizás no podía hacer ciertas cosas tan rápido como sus compañeros, pero él estaba orgulloso de sí mismo y eso era todo lo que importaba.
Desgraciadamente, en la calle esa pequeña diferencia de velocidad muchas veces son las que te separan de la vida y la muerte: poder correr lo suficientemente rápido hasta el otro lado de la acera para esquivar el coche que viene a por ti, poder saltar lo suficientemente alto un muro para escapar de un perro suelto que quiere morderte...
Cuando Kichiro se lastimó una de sus patas delanteras y le sacamos de la calle para que guardara reposo, decidimos que no volveríamos a exponerle a los peligros de la calle; ya se había esforzado demasiado todo este tiempo y ahora se merece vivir tranquilo y rodeado de cariño.
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